Más de 2.500 km por el simple gusto de viajar en México

Hola a todos, este es mi primer texto en DestinoViajero.com.mx, aunque no el primero que hago, ya que he tenido la oportunidad de estar en la industria de los autos desde finales del ´99 y en la de motos desde el 2010, en este tiempo he atesorado muchos recuerdos y viajes de los que les compartiré algunos que han significado algo para mí, ya sea por la compañía, los escenarios o incluso por el vehículo probado.

Este relato sucedió hace unos 4 años, y comenzó con un ecléctico grupo de personas que nos reunimos para viajar allá por el 2014, pero ya saben, trabajos, nueva familia, años, panza y menos cabello hacen que algunas personas se bajen de la moto, y aquel fue el último viaje que realizaríamos juntos. Luego de pensar destinos nos queríamos aventar algo grande y pensamos en Chiapas, todos dijeron que sí, pero al final, de los 10 solo fuimos dos y es que se preparó todo, ruta y hotel por lo que no dejamos pasar la oportunidad y nos lanzamos.

Aquí nuestras compañeras de viaje

La cita era en el Autódromo Hermanos Rodríguez a las 6:00 AM, pero llegué tarde como media hora, mi compañero Edgar me vio feo, pero ya qué, yo tenía la culpa. Recuerdo que el viaje fue por mayo, por lo que el clima era benévolo, aunque al tomar carretera y llegar a la zona de Río Frío, hizo honor a su nombre con temblor en las piernas y brazos. Era una ruta larga por lo que pactamos evitar pararnos lo mínimo indispensable. Las máquinas que llevábamos era una BMW F 800 GS y una Yamaha FJ-09, nada que ver, pero era por el gusto de viajar.

Con este frío casi cruzamos Puebla, gasolinera, tanque lleno y pipí y a seguirle. La ruta era por la carretera México-Veracruz, y tomar la desviación a Minatitlán, por lo que pasamos por Cumbres de Maltrata a un horario temprano por lo cual no estaba saturado de camiones, por lo que le dimos rienda suelta a las curvas mientras nos perdíamos entre esa zona montañosa verde, túneles y acantilados. Aquella exuberancia se terminó al tomar hacia Minatitlán, ya que desde ahí y prácticamente hasta Tuxtla Gutiérrez es una maldita recta. Esto fue un problema por dos razones, era aburrido manejar así y la otra es que el calor era insoportable, por ejemplo, hubo un momento que había obras y estaba reducido a un carril, por lo que me paré en los posapiés para estirar las piernas y abrí el visor de mi casco, y de inmediato sentí el aire caliente entrar a mis pulmones, algo muy desagradable.

En un par de puntos de esa larga carretera nos detuvimos a repostar y tomar sueros, aunque en una Edgar sacó de su mochila unos “pingüinos” ese fue el desayuno, aunque no había mucho apetito, el calor acaba con eso. Nuestras paradas no pasaban de 6 minutos, por lo que a un ritmo de entre 130 y 140 km/h llegamos a Tuxtla Gutiérrez y sus infames puentes que parecen rampas. Aquí habíamos decidido hacer una pausa para visitar el Cañón del Sumidero.

Seguí el mapa que tenía y salimos a una ruta turística que recorre por la parte de arriba con una gran cantidad de miradores, donde nos detuvimos un rato a descansar, eran como las 17:00 y nos tomamos este paseo con mucha calma, ver esta obra de la naturaleza te embelesa, aun con el calor que se sentía.

Pero nuestro camino todavía no terminaba ya que faltaban unos 60 km a San Cristóbal de las Casas, que si bien son poco ya con el grado de cansancio eran pesados. Lo anterior se acentuó con un tránsito pesado en el centro de la ciudad ya que en esta parte encontré un pequeño hotel, muy tranquilo y agradable, se llama Hotel Jovel, con servicio de desayuno y excelentes instalaciones, aunque no lo disfrutamos tanto porque nos la pasamos afuera. Si bien estábamos exhaustos el apetito había aparecido, por lo que nos lanzamos a la calle Real de Guadalupe, cerrada al tránsito y llena de comercios, aunque solo fuimos a comer y luego a dormir.

Al siguiente día la ruta era a Palenque no sin antes ver las Cascadas de Agua Azul, lo que significaba unos 430 km redondos, a lo que dijimos “ey, solo son 400, qué tanto puede llevarnos esto”, vaya estúpidos… salimos a las 8 del hotel y en una cabaña/restaurante desayunamos, la comida sabía impresionante con todo y que era algo muy sencillo, tal vez la naturaleza de los ingredientes y no las porquerías que nos venden los supermercados, seguimos el camino no sin antes la advertencia de que en esa carretera había mucha sabia de árbol, que en seco era solo una mancha pero si llovía se convertía en “jabón”. El camino siguió y ya nos llevamos ropa de moto más ligera, total “regresaríamos rápido”. Nos detuvo un retén militar sin novedad y seguimos hasta Agua Azul donde nos quería vender de todo y cobrar por todo, algo incomodo aquella ocasión y espero ya no siga igual.

Este lugar es mágico, es un lugar de poder, si eres espiritual lo sabrás al acercarte y obviamente al meterte a su torrente potente, que obviamente hicimos ya que íbamos preparados para ello. El calor era muy fuerte, y el agua fresca por lo que no nos queríamos salir, y al tener que hacerlo una cerveza helada nos esperaba, (tranquilos fue solo una), el lugar por su belleza te atrapa y por ello se nos pasó durísimo el tiempo y salimos corriendo a Palenque, pero pareciera que los “dioses mayas” no querían que llegáramos, ya que comenzó una ligera lluvia que fue suficiente para activar la sabia de los árboles, y sí, era muy resbaloso al tal grado que el control de tracción de ambas motos no dejaba de parpadear y por momentos dejaba de actuar, era como manejar en lodo.

Llegamos alrededor de las 16:30 a Palenque, pero cerraban la zona arqueológica a las 17:00 por lo que ya no permitían el paso, y aunque les chilleteamos nos mandaron al diablo, ni modo, solo una foto por fuera, al fin que ni queríamos. Ahora tocaban los 213 km de regreso, que fueron muy pesados, primero por el frío y nuestra ropa ligera y luego por un extraño cansancio que sentimos en la zona boscosa y digo extraño porque al llegar a la parte de San Cristóbal se nos quitó, como si la naturaleza (o lo que fuese) te tratara de detener. Tal vez lo más divertido fue cruzar Ocosingo de noche, lleno de vehículos Tuk Tuk adornados, con luces y sonido, vamos, que no le envidiaban nada a la zaga de Fast&Furious (…).

Al llegar al hotel el frío era mayúsculo, pero también el apetito, y de hecho de camino al hotel vi de reojo muy cerca un local de comida con luz rara que me llamó la atención como si fuera una polilla, regresamos ahí y eran quesadillas con ingredientes fuera de lo común como insectos o guisos como pollo con piña y hierbas, yo me incliné por las de hormiga Chicatana una variedad muy grande que tiene un gusto a carne de cerdo/chicharrón, pero lo que nos salvó del frío fue un atole de frambuesa exquisito.

El tercer día ya no fue maratónico, nos la llevamos tranquilos, y comenzamos desayunando en el mercado, algo simple tacos de bistec y de paso preguntamos dónde podíamos conseguir Pox, pero no nos decían en concreto. De nuevo a las motos y menos de dos km nos llevaron a las Grutas de Rancho Nuevo un lugar que no esperarías encontrar en San Cristóbal, pero muy interesante, con formaciones rocosas que pareciera que respiraban, no dejen de visitarlo. En este punto nos dijeron que el Pox lo podríamos encontrar en San Juan Chamula, a unos 10 km, por lo que decidimos ir.

La llegar también nos dieron indicaciones, y la más extraña era que a la gente de ahí no le gustaba ser fotografiada y que ni se nos ocurriera hacerlo en el atrio o dentro de la iglesia, en ese lugar los usos y costumbres son muy marcados y decidimos no jugarle al vivo. Justo al lado del atrio en un puesto callejero era donde vendían a granel el famoso Pox, que para quien no lo conozca es un destilado de maíz y piloncillo con un gusto fuerte y un alto… ALTO grado alcohólico al hacerse de manera artesanal. No dieron una prueba y compramos 3 litros “pa´ llevar”.

El día terminó recorriendo muchos puntos en San Cristóbal, reconociéndolo en las motos, metiéndonos en callejones algo que solo se puede vivir en una moto, tal como fue este viaje, que nos permitió muchos kilómetros de escenarios y experiencias que no se pueden vivir en coche. Al final del día y de nuevo en la calle Real de Guadalupe ahora si nos detuvimos a “turistear” ver los comercios comprar recuerdos, tomar unos mojitos y con el frío nocturno un chocolate de agua con un pan de almendra.

Como suele ocurrir o percibirse, el regreso no se sintió tan largo como la ida, aunque hubo una parte donde la lluvia fue tan fuerte que te impedía ver, por lo que nos detuvimos en una gasolinera y platicamos con otro motociclista que iba en una Suzuki Hayabusa, y nos contó que venía de Cancún y su destino era Querétaro, ¿qué loco no?.

De aquello no puedo decir que solo quedan recuerdos, no, quedan vivencias, experiencia y sonrisas, esos momentos que vives en moto cuando realmente viajas, cuando lo haces porque realmente te apasiona el mundo de las dos ruedas. Si tienes alguna ruta así y quieres compartirla acompañada de fotos no dejes de enviármela, es tu experiencia, tu aventura que puede provocar que más se sumen al motociclismo con DestinoViajero.

Nos leemos pronto.