Hasta el fin del mundo con mi suegra, así rompo el hielo

Estoy en un auto rentado a más de 150 km de cualquier poblado, el termómetro marca -18°C, bajo las llantas hay una capa de hielo de apenas 30 cm, más abajo cientos de metros de agua helada y para aumentar la adrenalina le acabo de dar las llaves a mi suegra, es su turno al volante.

Mi suegra es una mujer a la que le encantan las aventuras, -al grado que surfeaba mientras llevaba en su vientre a la que hoy es mi esposa-, resultó ser fan al igual que yo de la serie “Camioneros de hielo” (Ice road truckers) de History Channel grabada en Yellowknife, Canadá por lo que le dije ¿y por qué no vamos? Días más tarde nos encontrábamos en nuestra sala rodeados de cajas con ropa térmica, abrigos, zapatos para la nieve. El navegador de mi computadora saturado de pestañas con páginas de hoteles, información de caminos de hielo y páginas de renta de autos. La fecha programada: principios de marzo.

El inicio del viaje fue tortuoso, desde la Ciudad de México mi esposa, suegra y yo, volamos a San Francisco donde nos dijeron que nuestro siguiente vuelo estaba cancelado por mal tiempo, por ello no podían pagarnos hotel ni alimentos y lo único que podían hacer por nosotros era buscar la manera de encontrarnos una conexión. Tras un vuelo inesperado a Toronto volamos a Calgary y de ahí a Yellowknife en un avión que se asemejaba más por sus hélices a uno militar, para colmo el espacio en los compartimentos de ese extraño avión no eran chicos y me vi en la necesidad de sacar mi cámara y dejar que documentaran mi equipaje de mano.

Tras unas 5 horas de vuelo entre paisajes de bosques nevados y a una altitud inferior a la de cualquier otro vuelo comercial llegamos finalmente a Yellowknife a una festiva temperatura de – 20°, aunque con la mala noticia de que nuestras maletas con la ropa para frio no llegaron con nosotros y la buena noticia, la aerolínea nos regaló cepillos de dientes…

Yellowknife es la ciudad más al norte de Canadá, más allá básicamente no hay nada más que naturaleza. Es la frontera entre el mundo civilizado y la naturaleza indómita. Al salir del aeropuerto nos recibe un golpe de aire gélido y húmedo en la cara, además del sonido de los cuervos que parecían tan felices y activos con ese clima que no se les veía gana alguna de migrar o de hibernar como al resto de los animales de la región. Más felices se pusieron con las galletas que les compartimos.

Nuestro primer día tuvimos que emplearlo en comprar algo de ropa: guantes, gorras y cosas básicas para resistir esas temperaturas en lo que las nuestras llegaban, descubriendo que los supermercados en esas lejanas latitudes son como en cualquier otro sitio. Jamás imaginamos que nuestra aventura iniciara comprando ropa interior en un Wal-Mart.

Al llegar al hotel conecté una clavija adaptada en la parrilla con un enchufe que había en el estacionamiento. Los autos en esas latitudes tienen un calentador eléctrico que impide que los fluidos del motor se congelen cuando la temperatura desciende por debajo de los -30 y aunque el pronóstico para esa noche era de -25, decidí no correr riesgos.

Al día siguiente y ya con calzones nuevos, tuvimos por fin nuestra primera experiencia en el hielo. No hubo más que recorrer unas pocas cuadras para llegar a él, e iniciar la aventura. Una calle que en verano termina en el lago es la ruta a seguir, y al ver embarcaciones varadas a los lados y sentir la falta de adherencia en las llantas nos dimos cuenta de que estábamos sobre el hielo.

Nos encontramos ahora literalmente manejando sobre El Gran Lago del Esclavo, una capa de entre unos 15 y 30 cm de hielo es todo lo que nos separa de sus profundidades de más de 600 metros (unas 3 veces la Torre Latinoamericana), y esto resulta un tanto escalofriante de pensar esto mientras estamos ahí, pero sorprendentemente esa delegada capa es capaz de aguantar el peso de tráileres cargados con muchas toneladas.

Este camino de 6.5 km nos lleva a Dettah un pequeño poblado vecino al que para llegar en verano se requiere hacer un rodeo de 25 km. Lo que no deja de sorprenderme es que se trata de un tramo temporal y que cada año deben construirlo para que dure apenas entre 90 y 140 días, sin contar que requiere un mantenimiento constante, así como la verificación del grosor del hielo. Luego de cruzar varias veces esta parte de hielo nos dimos cuenta de que el manejo no requiere tanta pericia ni tampoco un auto especial. Es un camino local seguro, transitado por todo tipo de vehículos, incluyendo bicicletas, pero eso no quita que no sea impresionante manejar sobre hielo transparente bajo nuestras ruedas mientras vemos el azul intenso del agua.

Pero claro, no hicimos todo este viaje para manejar solo 6 km en hielo. El próximo reto fue un camino que va hacia las minas de diamantes, tipo Ice Road Truckers. Saliendo de la ciudad hacia el oriente, el camino pavimentado se termina y comienza el camino de hielo, a la entrada hay unas advertencias sobre el peso máximo permitido y que entras bajo tu propio riesgo. Me sorprendió lo ancho que son, como una autopista de 4 carriles con todo y acotamientos, lo cual da bastante seguridad. Aquí el tránsito se conformaba de pesados tráilers y alguna que otra camioneta de personal de las minas o de los que hacen mantenimiento a los caminos.

A los lados más allá del camino solo se veía la inmensidad del paisaje blanco, solo en horizonte se vislumbraba unas líneas de árboles oscuros, eran el borde del lago, un paisaje que al nublarse se volvía monocromático. Al alcanzar los árboles el camino se volvía mucho más angosto, aquí las llantas tenían un poco de más agarre, pero había menos espacio para reaccionar además de subidas, bajadas y curvas de donde te puede salir un tráiler a buena velocidad en sentido opuesto invadiendo algo de tu espacio. Estos tramos en tierra firme son relativamente cortos y conectan a un lago con otro, los tramos sobre los lagos suelen ser mucho más extensos rápidos y de manejo más sencillo. A diferencia del pavimento en el hielo al girar el manubrio las llantas no solo no responden inmediatamente, sino que al hacerlo giran un poco más por lo que se tiene que ser paciente y sutil con la dirección. De cualquier manera, no pasaría de rebotar contra el borde de nieve.

Contrario a lo que sabía por la serie resulta que los trailers si pueden ir a más 20 km/h si van vacíos, el límite aplica cuando viajan con carga y para los que no, hay incluso “carriles exprés” en donde pueden ir más rápido sin que los que van cargados estorben. Para autos, a menos que esté señalado, el límite corresponde a 110 km/h aunque los locales realmente decían que no había un límite como tal y algunos iban algo más rápido. Algo de miedo cuando eres un turista que no domina esos caminos.

Nuestro último camino, y el menos recorrido, nos llevó aún más lejos: a Gamèti, una comunidad indígena a 420 km de distancia de Yellowknife. Eso sí sonaba a la aventura que estábamos buscando. Después de unos primeros 100 km en una carretera pavimentada bastante recta llegamos a la desviación a Behchoko. A partir de ahí nos estábamos adentrando a la nación Tłı̨chǫ, cuyo nombre significa los descendientes de un mítico hombre-perro. La gente de esta nación se ha dedicado por siglos a la pesca y a la caza de caribúes animal del que además dependían para su vestimenta.

Behchoko, donde termina el camino pavimentado, era nuestra última oportunidad de hacernos de víveres y que la gente se enterara que había unos turistas locos recorriendo esos caminos por si algo pasaba. Solo teníamos camino de hielo por delante.

El primer tramo sobre el lago había alguno que otro coche en camino a Edzo, un pueblo cercano. Todos ellos daban vuelta a la izquierda en la siguiente desviación, mientras que nosotros fuimos a la derecha. Aún nos deparaban alrededor de 300 km y ya no volvimos a ver a ningún otro coche. Ahora sí nos sentíamos en medio de la nada. Tras salir del primer lago surgió un tramo bastante largo sobre tierra firme y bosques, después los lagos y los trayectos de tierra firme se iban intercalando de manera continua.

Después de 6 horas de viaje estuvimos muy alegres de arribar a Gamèti, nuestro destino, y de llegar a la casa de huéspedes, de la cual los propietarios son la misma comunidad. La casa muy agradable, limpia, con alimentos incluidos y la calefacción a todo lo que daba hasta para cocinarnos. No éramos los únicos huéspedes, compartíamos la casa con trabajadores de las minas que llegaron tarde y se fueron temprano y con un ingeniero eléctrico que venía cada temporada. Todos se preguntaban qué demonios andaba haciendo una pareja y su suegra por el fin del mundo, y por lo visto nuestra respuesta, manejar en el hielo, no les pareció suficiente razón para visitar tan lejano y helado lugar. Nos vieron medio locos, y puede ser que tuvieron la razón.

Al día siguiente y tras tomar un delicioso desayuno que nos prepararon las encargadas del lugar volvimos a Yellowknife. Nuevamente era un día soleado y esta vez mi suegra se animó a manejar sobre el hielo, lo cual nos llenó de adrenalina a todos. Arrancó con temor, el auto se patinó un poco, probó los frenos y vio lo tardado que era frenar en hielo, acto seguido aceleró y continuamos nuestro camino, como si hubiese siempre manejando en hielo, estaba cumpliendo un sueño más.

Llegando a Yellowknife, aún estábamos a tiempo de ver Auroras Boreales por lo que después de tomar un descanso salimos a las 10 de la noche. No es ni de cerca la ciudad más famosa de Canadá sin embargo año con año arriban muchos turistas en búsqueda de las auroras boreales y no éramos los únicos espectadores.

Antes de regresar a México aprovechamos para conocer la ciudad, y aunque la temperatura era de apenas -12 luego del frío anterior, hasta se notaba “cálido”. Para los locales definitivamente era un día agradable y al igual que ellos, salimos a divertirnos al festival de Snow King en una fortaleza construida de hielo sobre el lago congelado. En este lugar había esculturas de hielo, un pequeño escenario con bandas de rock y country en vivo y la opción de disfrutar un chocolate caliente al aire libre sobre una mesa de hielo. Y por supuesto, ¡mi suegra no se perdió de la resbaladilla de hielo!

La aventura llegaba a su fin, entregamos el auto sin ningún rasguño y antes de entrar al aeropuerto la ciudad nos despidió con unos copos de nieve tan perfectos y sutiles que tenían la típica forma con la que se les ilustra en las tarjetas navideñas. Era hora de volver a casa con una gran experiencia en el corazón.